Para los que crecimos con la soporífera voz de Pablo Neruda (al cual con el tiempo supimos apreciar, aunque un poco a regañadientes), y con las imágenes hermosas –aunque a veces tan desoladoramente hermosas– de Gabriela Mistral, Nicanor Parra fue un cable a tierra.
Su obra, por momentos, no parece más que un chiste, un aforismo, o incluso un meme (antes de que se llamaran memes); o hasta un simple juego de palabras divertidas que obviamente aspiran a ser más que eso.
Para mi generación –nacida en los ochenta–, leer a Parra no era muy distinto a ver El Chavo del Ocho (como en su discurso de aceptación del Cervantes: “Los premios son para los espíritus libres / Y para los amigos del jurado / Chanfle / No contaban con mi astucia”).
Nicanor Parra liberó a la poesía de los poetas y la bajó al suelo para que nos subiéramos nosotros, lectores de a pie, como él mismo lo dejó claro en estas líneas (con aires de manifiesto) de 1962:
Durante medio siglo la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña
rusa./
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si
bajan/
echando sangre por boca y
narices./
Su muerte a los 103 años se siente y se sentirá en Chile, que, como el mismo antipoeta dijo, sufre de un complejo geográfico ya que “creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje”. Pero su obra se lee y se seguirá leyendo; de hecho, hace poco se editó una antología bajo el apropiado título de El último apaga la luz, y no eran pocos (escolares, estudiantes de doctorado, periodistas, curiosos) los que se paseaban por Las Cruces para visitar el balneario a dos horas de Santiago donde Parra vivió desde los años ochenta.
Y hoy existen tantos Nicanores Parra, tantas piezas diferentes del antipoeta, que a estas alturas es posible armarlo y desarmarlo a gusto de cada uno. Y ese puede que sea su mejor legado.
Ahí están sus cuecas (que recuerdan a su hermana Violeta Parra); su irreverencia política (“la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”); sus traducciones de Shakespeare; su faceta contracultural (admirado por la madrina punk Patti Smith y traducido por los beatniks); sus conexiones con generaciones posteriores (Roberto Bolaño y Ricardo...
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Es autor de la investigación Piedra Roja: el mito del Woodstock chileno y de la novela La soga de los muertos.
Febrero de 2018
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