Entrevistas
Si el Boom fue un candelabro que iluminó la presencia de América Latina en la literatura universal, Vargas Llosa es el único pabilo que se mantiene encendido. El combustible de esa llama queda claro en este perfil íntimo en que él y su círculo más cercano recuerdan una juventud efervescente, fluctuantes compromisos ideológicos, fracasos políticos y una pulsión por escribir tan fuerte como los vítores y las críticas que aún recibe.
Ilustraciones de Ricardo Sokos
El día en que recibió el Premio Nobel, Mario Vargas Llosa tenía 74 años, seis nietos, doble nacionalidad, cincuenta libros publicados, varias colecciones literarias, una derrota electoral en Perú, ochenta doctorados honoris causa, el cabello blanco. Aquel galardón era una de las pocas cosas que no tenía.
–It’s the Swedish Academy –oyó al otro lado del teléfono–. You’ve been awarded the Nobel Prize.
En su piso de Nueva York el reloj marcaba las cinco y media de la mañana y Mario Vargas Llosa pensó que se trataba de una broma. Permaneció impasible ante la noticia, hasta que su nombre circuló en los telediarios de las seis y los periodistas colapsaron el descansillo de su vivienda. Entonces creyó tenerlo todo en la vida: sintió vértigo.
–No dejaré que el Nobel me convierta en una estatua –dijo antes de aceptar el premio–. Voy a vivir con sentimientos, anhelos y proyectos hasta el final.
Una década después, la promesa perdura. Mario Vargas Llosa publicó en junio la compilación de ensayos Medio siglo con Borges, y continúa escribiendo. Trabaja de diez de la mañana a cinco de la tarde y desde 2015 lo hace en el domicilio de su pareja, Isabel Preysler, la socialité filipina de 69 años y modales impecables para la que el “ya es tarde, Mario” tampoco existe. La mansión en Puerta de Hierro a las afueras de Madrid, es un reducto señorial de muros altos, levantados al borde de la carretera, que mantienen a raya a los paparazzi. Cuando el portón se abre, aparece un sendero inspirado en Rowan Oak, la casa en la que vivió William Faulkner, y al fondo un palacete de dos alturas. Es un miércoles de invierno.
–Pase, pase. ¿Qué le puedo ofrecer?
Mario Vargas Llosa viste cárdigan gris, mocasines de piel planos y porta un Rolex. Tiene la voz aflautada y facciones ligeramente quechuas ablandadas por el tiempo. Tras abandonar el pórtico, regresa adonde lo acababan de interrumpir. La biblioteca se divide en un despacho y dos estancias de techos altos y muebles coloniales. En una...
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Se ha especializado en cultura y política latinoamericana. Estudió periodismo y humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid.
Agosto 2020
Edición No.221
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No. 217Amada leguminosa, protagonista de cuentos de hadas y platillos alrededor del mundo, el nutritivo fríjol tiene una ignorada faceta ornamental que ha brotado en las pasarelas más emperifol [...]